Oriundos de la región valenciana, estos ejemplares surgieron a partir de varios cruces selectivos entre gigantes de Flandes y el lebrel español. El objetivo buscado por los cunicultores no era otro que el de lograr una nueva raza, que fuese ideal para la producción de carne por sus capacidades reproductivas y su gran tamaño.
Sin embargo, tal fue su éxito, que muy pronto llegaron a conquistar las salas de exhibición, y en 1921, la Gran Exposición de Avicultura de París terminó declarando la raza como Gigante Español, un nombre que permanece hasta nuestros días, a pesar de su decadencia en períodos posteriores.
En efecto, las consecuencias de la Guerra Civil y la aparición de epidemias devastadoras, atentaron contra la existencia del gigante español, de quien solo se conservan actualmente un número muy reducido, y preocupante, de ejemplares.
Evidentemente, la característica principal es el gran tamaño que suelen alcanzar estos ejemplares (entre 6 y 8 kilos de peso y 90 centímetros de longitud como promedio en estado adulto). Sus orejas carnosas y pronunciadas, y un cráneo curvado en la parte superior y achatado en el frente, son otros de los rasgos más sobresalientes. En sentido general, el conejo gigante español posee un cuerpo redondeado, de gran volumen y bien proporcionado.
En cuanto a los colores que puede presentar, predomina el pardo uniforme sin presencia de manchas, aunque las regiones del vientre y el interior de la cola pueden mostrar una ligera decoloración. En las muestras expositivas, los conejos blancos de esta raza no son considerados como tal, al igual que aquellos de pelaje rubio oscuro. También existe una variante de color gris para estos conejos, aunque es muy poco frecuente.
Se trata de un animal precoz, cuya docilidad le convierte en una raza provechosa para la cría a gran escala. A su vez, el enorme tamaño que posee es un rasgo que contrasta con una velocidad de movimientos realmente impresionante. Raras veces, suele vérsele acostado y quieto, sino todo lo contrario: es muy vivaz y juguetón en todas las etapas de su vida. En promedio, puede llegar hasta los cinco años de edad.
Un macho adulto de conejo gigante español suele consumir unos 200 gramos de alimentos al día, una dosis que aumenta su doble para hembras en gestación. La dieta tiene como ingrediente fundamental el heno, preferiblemente de alfalfa por su aporte nutricional y energético. Además, suele combinarse con verduras, pienso y componentes vitamínicos para asegurar un menú balanceado y saludable.
Por otra parte, la reproducción es un tema en el que resaltan algunas características peculiares de esta raza, que alcanzará la pubertad a la edad de seis meses y entrará en plena capacidad para la gestación a los ocho. A su vez, el gigante español podrá concebir entre 6 y 7 partos de manera anual, y en cada ocasión dará a luz a unos diez gazapos en promedio, que a través de la leche materna llegarán a pesar un kilogramo al finalizar la etapa de lactante.
Surgida en la Comunidad Valenciana, esta raza se propagó rápidamente al resto de la Península Ibérica, adaptándose a todo tipo de climas y ambientes. Sus bondades reproductivas y la exquisitez de su carne le hicieron ganarse el favor de productores y campesinos por igual. Más tarde, su presencia traspasaría las fronteras nacionales y llegaría a países tan distantes como Cuba y Argentina.
No obstante el éxito cosechado, para la década del setenta el conejo gigante español vería reducida su legitimidad con el cruce de otras razas de nueva aparición en España como los híbridos y las razas medianas. Los machos adultos eran utilizados como semental y las nuevas crías deterioraron la estirpe hasta nuestros días, siendo algunas regiones como Burgos y Zaragoza donde aún se conservan ejemplares puros.
Al finalizar la década del ochenta, el gigante español sufrió un duro golpe, del que mucho le ha costado reponerse. Anteriormente, ya había experimentado el azote de las epidemias, algunas de ellas ocasionadas de manera intencional, lo que sumado a la introducción de nuevas razas como la californiana o el neozelandés, mermaron su población alarmantemente.
Este hecho anterior también repercutió negativamente en otras especies como el lince y el águila imperial, quienes tenían en el conejo una fuente básica de alimento. No obstante, el esfuerzo de varios entusiastas valencianos por conservar la raza, y las nuevas medidas ambientales impuestas por el gobierno de dicha región, han frenado la extinción total de uno de los símbolos más representativos de nuestro país.